La energía positiva llama a la positividad en una suma y en un crecimiento exponencial. Lo sabemos pero no lo aplicamos. Cuando hablamos del poder de “lo positivo” todos sabemos a qué hace referencia y, aunque parece una obviedad, es muy difícil aplicarlo en nuestro día a día. Rodeados de estrés se hace imposible encontrar ese espacio para pensar en cómo encontrar ese poder.
Nuestro cerebro procesa la información que le dictamos. Pero, ¿a qué nos referimos a funcionar en positivo? Si queremos evitar pensamientos negativos es fundamental pensar en positivo. Nuestro pensamiento siempre nos orienta hacia el constructo citado. Por ejemplo, imaginemos que nuestro objectivo es no gritar cuando estamos enfadados. Si nuestro constructo de pensamiento es “no gritar”, cada vez que pensemos en ello nuestra neurología nos hará que nos imaginemos gritando y, por lo tanto, generando ese pensamiento en nuestra mente. Neurológicamente hablando, nuestro cerebro no procesa el “no”. Pensar en positivo, y siguiendo el ejemplo, sería imaginar el constructo “hablar en tono bajo” en lugar de “no gritar”.
Otro ejemplo podría ser cuando tenemos miedo a hablar en público. Si nos repetimos “no ponerme nervioso” enseguida nos viene la imagen de estar nerviosos. Con ello aumentamos la posibilidad de ponernos nerviosos. En cambio, si nos repetimos “estaré tranquilo” visualizamos esa escena aumentando la posibilidad de que ello ocurra.
Parece sencillo, pero no lo es tanto si nuestras emociones nos invaden y nos dominan en lugar de ser nosotros los que las identificamos y las podemos trabajar interiormente.
Aplicar técnicas de mindfulness y reducción de estrés nos ayudará a descubrir, de manera gradual y poco a poco, el poder real de pensar “en positivo”. Evocar lo que queremos en lugar de lo que “no queremos”.
¿Lo intentamos?